miércoles, 27 de noviembre de 2013

Pescar y su equivalencia



      Es curioso el paralelismo que  puede existir entre pescar e ir en busca de un sueño.



Primero eliges un lugar en la costa donde poder pescar, luego apuntas con el ojo de la intuición aquella parte del mar donde crees que picarán los peces, ligas al anzuelo una carnada tentadora al gusto y al olfato de los peces, lanzas la boya  que se desprende y  viaja lejos del carrete y luego recoges un poco para que el nailon se tense. 

Pescar es también una forma de meditar, tu atención es exclusiva para la boya, sabes que la más mínima distracción te puede hacer errar, buscas un lugar cómodo para esperar y disfrutas mirando como el mar la invita a bailar. El secreto de la pesca recide en no perder la fe de que se va a pescar y por eso el pescador suelta junto al anzuelo y con cada lance grandes dosis de paciencia, perseverancia y emoción.

Depende del gusto de cada pescador que peces quiere o que peces devuelve de nuevo al mar, también existe la posibilidad de que nada se haya pescado, sin embargo ante esta posibilidad uno regresa al hogar con sentimientos de complacencia y un vacío cómodo producido por la entrega. 

Tiene su equivalencia, con la pesca del cardumen de sueños que bogan por las aguas de la vida a la espera de ser capturados.



domingo, 17 de noviembre de 2013

Noción espacial



Andrea cumplía años y su mala pata quiso que no olvidase. La semana anterior mientras asistía al campeonato de fútbol sala de su pueblo, donde jugaba su hijo, en una de las faltas que el colegiado del partido había pitado, Andrea entró en cólera, se levantó de su asiento y antes de que su lengua empezase  a escupir improperios , se resbaló y calló, se fracturó el tobillo por tres partes, nunca creí que un tobillo diera para tanto, no era la primera vez , a lo largo de sus cuarenta y tantos, era la sexta pata rota, su incapacidad y la disponibilidad de disfrutar de tanto tiempo libre, también la habían hecho caer en una depresión.

En la tienda de maquetas encontré gran cantidad de artículos donde elegir, era el lugar perfecto, armar una maqueta requiere de tiempo, paciencia y templanza, el bálsamo perfecto para una pierna tronchada.

En el tercer pasillo, al fondo, girando a la izquierda, en la tercera estantería  descubrí un anhelo olvidado por el tiempo, unas maquetas del transbordador Columbia y Discovery yacían dispuestas para el despegue, no era el regalo más apropiado para la persona en cuestión,  pero mi apetito cosmoespacial se destapó. Clavada  frente a la estantería  como una aférrima creyente que idolatra sus  imágenes, mi imaginación y yo nos unimos en cuasi perfecta comunión. 

El saltó cuántico me teletransportó, había encontrado un lugar cómodo en la ingravidez,  me hallaba en la órbita de un planeta de una región extrasolar. Mi misión consistía en recoger y analizar unas muestras de un planeta llamado PRocyon.
Mi vehículo espacial estaba dispuesto  para aterrizar pero las pertubaciones gravitatorias y las fuertes tormentas de arenisca que azotaban el planeta, dificultaban  la maniobra de descenso.

En plena misión espacial el sonido de un homínido me desvió de mi trayectoria  y me hizo regresar forzosamente al planeta tierra, bajar así, de sopetón del tremendo viaje de éxastis no sienta bien ni a los mejores instruidos en la materia, era la dependienta, hablándome de no se qué maqueta, le dí las gracias y musité la ley de la relatividad de Einstein, pude dar fe de ella.

Después de todo andar en las nubes era lo que menos necesitaba mi amiga, pensé que lo mejor era que tuviera ambos pies bien anclados en la tierra y mi breve viaje espacial  me había proporcionado una idea, le compré un rompecabezas, edición especial, con 10.342 piezas para que mejorara su percepción espacial y así darle un mejor partido a su motricidad mal trecha, yo continue con mi periplo, aquí en la tierra...mm ¿?.


 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Rey del éxodo


La  tierra tiembla, sucumbe resignada, estalla con exaltación,  cómplice, debota, arrebatadora y sustentadora de vida en la estampida. 

Miles de cabezas conectadas al movimiento, patas y pezuñas  conjuradas se aglutinan en la declaración del norte, se compromenten con la sangre, con el instinto, con la patria tundra, tierra baldía, llanura de carencias y posibles.

Es la consonancia con la naturaleza, el destino incorpóreo y errátil tras su  leyenda, vivir es morir, porque morir, también significa vida.

Itinerario salvaje, se memoriza y se repite, es el trueno en la tierra probando y llevando al límite la resistencia, es el poder del errante, el numen, el aliento encarando fuerzas superiores, ávido de frío, zancada profunda, imparable y pétrea, nada te detiene.

Rey del éxodo, sobre tu cabeza alzas con pundonor la cornamenta , dispuestas a recoger con sus brazos ramificados, las fuerzas cósmicas de la naturaleza  y la sabiduría.





lunes, 4 de noviembre de 2013

Estación en Hawes






La estación de otoño no espera al invierno en Hawes, los primeros copos de nieve hacen acopio en la mañana, atraen el frío y repelen cualquier manifestación de vida, incluso atrapan y paralizan a los pocos lugareños que habitan en esta pequeña aldea extraviada, el manto y el follaje verde han renovado el color de su tapizado por el blancuzco, el balar constante y sostenido de las ovejas ha cesado y ha dado una pequeña tregua a mis oídos cansados, la caudaloza cascada Hardraw Force ha ralentizado su sonido ensordecedor, el viento sepulcral y el trino de algún pájaro descocado parece que son los únicos atrevidos, ni siquiera los asiduos visitantes, aventureros y amantes de la naturaleza salvaje se muestran.

En plena estampa congelada, la chimenea de mi pequeño cottage parece que es la única que da señales de vida. Todo está preparado, después de 3 largos meses de duro trabajo, toca retorno, volver sobre los pasos de origen.

El recibimiento otoñal simplifica la despedida, más de 90 días sellados y conservados en la nieve, solo los besos y los abrazos de afecto se muestran cálidos y llenos de savia, incluso en condiciones meteorológicas adversas. 30 millas de distancia en carretera me separan de la estación de trenes en Hawes y ella como el otoño, tampoco espera.