Andrea cumplía años y su mala pata quiso que no olvidase. La semana anterior mientras asistía al campeonato de fútbol sala de su pueblo, donde jugaba su hijo, en una de las faltas que el colegiado del partido había pitado, Andrea entró en cólera, se levantó de su asiento y antes de que su lengua empezase a escupir improperios , se resbaló y calló, se fracturó el tobillo por tres partes, nunca creí que un tobillo diera para tanto, no era la primera vez , a lo largo de sus cuarenta y tantos, era la sexta pata rota, su incapacidad y la disponibilidad de disfrutar de tanto tiempo libre, también la habían hecho caer en una depresión.
En la tienda de maquetas encontré gran cantidad de artículos donde elegir, era el lugar perfecto, armar una maqueta requiere de tiempo, paciencia y templanza, el bálsamo perfecto para una pierna tronchada.
En el tercer pasillo, al fondo, girando a la izquierda, en la tercera estantería descubrí un anhelo olvidado por el tiempo, unas maquetas del transbordador Columbia y Discovery yacían dispuestas para el despegue, no era el regalo más apropiado para la persona en cuestión, pero mi apetito cosmoespacial se destapó. Clavada frente a la estantería como una aférrima creyente que idolatra sus imágenes, mi imaginación y yo nos unimos en cuasi perfecta comunión.
El saltó cuántico me teletransportó, había encontrado un lugar cómodo en la ingravidez, me hallaba en la órbita de un planeta de una región extrasolar. Mi misión consistía en recoger y analizar unas muestras de un planeta llamado PRocyon.
Mi vehículo espacial estaba dispuesto para aterrizar pero las pertubaciones gravitatorias y las fuertes tormentas de arenisca que azotaban el planeta, dificultaban la maniobra de descenso.
En plena misión espacial el sonido de un homínido me desvió de mi trayectoria y me hizo regresar forzosamente al planeta tierra, bajar así, de sopetón del tremendo viaje de éxastis no sienta bien ni a los mejores instruidos en la materia, era la dependienta, hablándome de no se qué maqueta, le dí las gracias y musité la ley de la relatividad de Einstein, pude dar fe de ella.
Después de todo andar en las nubes era lo que menos necesitaba mi amiga, pensé que lo mejor era que tuviera ambos pies bien anclados en la tierra y mi breve viaje espacial me había proporcionado una idea, le compré un rompecabezas, edición especial, con 10.342 piezas para que mejorara su percepción espacial y así darle un mejor partido a su motricidad mal trecha, yo continue con mi periplo, aquí en la tierra...mm ¿?.
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