Desde el mirador con vistas al océano observo como el cielo ha abierto sus cortinas de par en par al azul intenso, aún no ha llegado nadie al sitio donde buceo. Atajo camino por el desfiladero, donde cohabitan aloe veras, hierbas secas y la tierra sazonada con el salitre que vierte el alisio marinero. Busco un lugar entre las piedras con mi maleta a cuestas, cerca de la orilla encuentro un recoveco, me deshago de la mochila y de mi ropa, me coloco las tiras de mi bañador y las alineo con las marcas que tiene mi cuerpo del moreno, no pierdo el tiempo, me pongo a recolectar lapas, burgados y cangrejos y hago un recuento. Papá asoma por la vereda empinada del camino estrecho,con su caña de pescar y su sombrero de paja deshilachado y amasado por las horas de pesca, acomoda su trasero en la montaña de piedras encrespadas ojeando el mar y el tiempo, asiente con su cabeza y me da el visto bueno, llego a la frontera donde el mar establece los límites y dicta las condiciones, donde la piedra ni se retrasa, ni se apresura, no retiene, escucho los sonidos candentes del agua, me magnetizan, es la llamada del mar que reclama a su hija. Analizo el muro de musgos y algas verdes que tengo en frente es un indicador de profundidad elocuente, me lo pienso, de cabeza, de bomba o de plancha, la primera opción me convence, inhalo una gran bocanada de aire que contengo en mi pecho, junto las plantas de mis pies y cojo altura con las puntillas de mis dedos, flexiono piernas, salto, tomo altura y me sumerjo, ya estoy dentro, el impulso me lleva lejos, como un torpedo con alevosía hacia mi objetivo surco las profundidades del océano, profundidad 5 metros, velocidad 4 nudos y con alcance de 30 metros, se me olvida el tiempo, el aire me avisa y me habla de falta de aliento, no cedo, persevero, llegaré , se que llegaré al otro extremo, procuro mis últimos coletazos y alargo mi brazo fatigado por el esfuerzo, toco la piedra, toco el extremo y emerjo, como un recién nacido que sale del vientre de su madre respiro con dificultad y gimoteo, me recupero, subo a la piedra y toco la cruz de hierro, anclada con el cemento.
miércoles, 23 de octubre de 2013
El charco de la cruz
Desde el mirador con vistas al océano observo como el cielo ha abierto sus cortinas de par en par al azul intenso, aún no ha llegado nadie al sitio donde buceo. Atajo camino por el desfiladero, donde cohabitan aloe veras, hierbas secas y la tierra sazonada con el salitre que vierte el alisio marinero. Busco un lugar entre las piedras con mi maleta a cuestas, cerca de la orilla encuentro un recoveco, me deshago de la mochila y de mi ropa, me coloco las tiras de mi bañador y las alineo con las marcas que tiene mi cuerpo del moreno, no pierdo el tiempo, me pongo a recolectar lapas, burgados y cangrejos y hago un recuento. Papá asoma por la vereda empinada del camino estrecho,con su caña de pescar y su sombrero de paja deshilachado y amasado por las horas de pesca, acomoda su trasero en la montaña de piedras encrespadas ojeando el mar y el tiempo, asiente con su cabeza y me da el visto bueno, llego a la frontera donde el mar establece los límites y dicta las condiciones, donde la piedra ni se retrasa, ni se apresura, no retiene, escucho los sonidos candentes del agua, me magnetizan, es la llamada del mar que reclama a su hija. Analizo el muro de musgos y algas verdes que tengo en frente es un indicador de profundidad elocuente, me lo pienso, de cabeza, de bomba o de plancha, la primera opción me convence, inhalo una gran bocanada de aire que contengo en mi pecho, junto las plantas de mis pies y cojo altura con las puntillas de mis dedos, flexiono piernas, salto, tomo altura y me sumerjo, ya estoy dentro, el impulso me lleva lejos, como un torpedo con alevosía hacia mi objetivo surco las profundidades del océano, profundidad 5 metros, velocidad 4 nudos y con alcance de 30 metros, se me olvida el tiempo, el aire me avisa y me habla de falta de aliento, no cedo, persevero, llegaré , se que llegaré al otro extremo, procuro mis últimos coletazos y alargo mi brazo fatigado por el esfuerzo, toco la piedra, toco el extremo y emerjo, como un recién nacido que sale del vientre de su madre respiro con dificultad y gimoteo, me recupero, subo a la piedra y toco la cruz de hierro, anclada con el cemento.
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