Con el tiempo justo pisándome los pasos salgo de camino a la escuela, a media travesía está la casa de mi abuela. Desde los 30 metros diviso su figura delgaducha, su vestido de color negro, guardando luto desde hace mucho tiempo, revestida de un áurea divina que la envuelve desde la coronilla hasta los pies, su pelo blanco ajado, acordonado a modo de guirnalda lo sujeta con su traba de madera barnizada con los colores sobrios propios del invierno.
Con dos palmos menos me llega a la altura de mi entrecejo, pequeña abuela trancada por el paso de los años, su rostro está esculpido con las gubias del tiempo, cada vez que me ve llegar de lejos su expresión se vuelve raya, recta, lisa y estría, es entre líneas como dibuja en su cara el gozo y la alegría contenida ,sus ojos centelleantes en contraste con en el oscuro invierno me dan la bienvenida, se hacen atalaya, me lleno de sosiego, ya se que sigo el camino correcto al colegio.
Sentada en su trono de madera de pino y flanqueada a ambos lados por dos ventanas que siempre están abiertas, allí está mi abuela con su alma añeja, dos besos en la ida y dos besos en la vuelva, ya suman cuatro junto a la contraseña:
- "Adiós abuela!",
- "Adiós mi niña!".
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